¿Terapia combinada con Psilocibina, un nuevo paradigma?

18/05/2022
psiquiatria

La investigación sobre tratamientos farmacológicos lleva años en un punto muerto. Con muy pocas excepciones, vivimos de los fármacos descubiertos en la década de 1950, la mayoría de los cuales fueron hallados por casualidad y no después de un trabajo sistemático de reflexión e investigación.

La complejidad del funcionamiento del sistema nervioso, el estigma asociado a las enfermedades mentales, la frecuencia y la gravedad de los efectos secundarios o el riesgo de conversión de algunos fármacos en drogas de abuso son algunas de las causas que han provocado una falta de inversión en investigación y, por lo tanto, una falta de medicamentos nuevos relacionados con la salud mental.

Entre las sustancias que están volviendo a ser exploradas por su potencial terapéutico se incluyen algunas consideradas desde hace décadas dentro del grupo de las drogas recreativas e ilegales, como podrían ser el Cannabis, MDMA, la Ketamina o en el caso que comentaremos en este post, la Psilocibina.

La psilocibina es un piscodélico de la familia de las triptaminas que actúa sobre el sistema nervioso central y que se encuentra presente en algunos hongos.

El término psicodélico fue acuñado por Humphry Osmond, un psiquiatra de la década de 1950. En aquella época, el mundo de la psiquiatría estaba entusiasmado con el potencial de estas sustancias por sacar a la gente de estados mentales problemáticos. Pero el uso recreativo hizo que fuese prohibido y los estudios científicos se detuvieron.

Sin embargo, durante los últimos años ha crecido el interés de la comunidad científica y de los gestores por la posible aplicación terapéutica de las sustancias psicodélicas. Universidades importantes como John Hopkins en Estados Unidos o grupos de investigación ingleses como el de Robin Carhart-Harris han demostrado que la psilocibina puede ayudar a la psicoterapia para las personas con depresión.

Estudios recientes doble ciego con pacientes diagnosticados de depresión resistente que recibieron dos dosis de psilocibina separadas en una semana demuestran una reducción significativa de síntomas, con buena tolerabilidad. Estudios posteriores de neuroimagen con resonancia magnética funcional mostraron una serie de indicadores de buena respuesta a la depresión (reducción de actividad en el córtex prefrontal medial o mayor activación de la amígdala como reacción a las imágenes de rostros emocionales).

Más allá del efecto sobre receptores serotoninérgicos, aspecto que comparten con los antidepresivos clásicos, una hipótesis del buen funcionamiento en depresión es que la experiencia psicodélica se basa en un incremento repentino de la plasticidad neuronal, lo que abre una ventana de oportunidad para un cambio terapéutico persistente. Por eso se indica la terapia con psicodélicos de forma combinada con la terapia psicológica.

Varios estudios han mostrado que los alucinógenos clásicos no son adictivos y no causan daño a los órganos incluso en dosis altas. Sin embargo, la mayoría de los científicos concuerda que es necesaria una mayor investigación relacionada con otros posibles efectos secundarios, por ejemplo, cómo podrían afectar a las personas con problemas cardíacos. Además, aunque la acumulación constante de datos alentadores ha suavizado el escepticismo del mundo científico, los investigadores desaconsejan la precipitada aceptación de las drogas psicodélicas sin una rigurosa supervisión.

Pau Camell, psiquiatra

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