La importancia del juego libre

22/01/2019
Niños

Cada vez son más los psicólogos, médicos y pedagogos que vinculan el declive del juego libre, espontáneo y sin supervisión de adultos con el aumento de los trastornos mentales infantiles, en especial con las dificultades en el aprendizaje y los conflictos emocionales o de relación.

Hoy en día los padres y madres supervisan las actividades de los niños a escasa distancia y vigilan sus movimientos, sobreprotegiéndolos y privándolos de gran parte de esos aprendizajes.

Pero el descenso del juego libre no es sólo consecuencia de la súper protección de los padres. La tendencia a vivir en ciudades o grandes núcleos urbanos, el aumento del tráfico, los hábitos de vida, los extensos horarios laborales e incluso el tipo de urbanismo y las políticas infantiles también lo han limitado.

El juego no es algo secundario, es un derecho de los niños. Al menos así es como lo recoge Naciones Unidas en el artículo 31 de la Convención Sobre los Derechos del niño “el niño tiene derecho al esparcimiento, al juego y a participar en las actividades artísticas y culturales”.

En la actividad libre es el niño el que decide cómo, qué y con quién quiere jugar, establece sus propias reglas, elige los materiales y decide el objetivo sin la intervención de un adulto.

¿Porqué es tan importante el juego para los niños?

Aquello que los niños aprenden y experimentan cuando se divierten es generalizable en muchas otras situaciones de su vida diaria, por lo tanto, les podrá ayudar a exteriorizar pensamientos y emociones, resolver conflictos y hacer frente a posibles miedos.

Cuando hablamos de fomentar el juego libre, respetando el ritmo y tiempo de cada niño no significa que el adulto permanezca al margen. Es importante que los padres estén presentes, compartan y acompañen en la actividad, dejando el espacio necesario para que el niño desarrolle su imaginación.

Si los niños tienen libertad para decidir, el divertimento en sí dura poco porque pasan la mayor parte del tiempo pensándolo, consensuando qué van a hacer, con qué y cómo, de modo que trabajan la creatividad, la imaginación y la fantasía además de las habilidades sociales.

Los padres han de saber que, más que aprender muchas cosas, sus hijos han de divertirse. Jugar es igual a aprender y jugando se aprende todo.

Sabiendo que no es sencillo, es necesario dar a nuestros hijos a diario la oportunidad de distraerse en modo espontáneo y no estructurado, al menos durante un rato no estar escuchándonos decir: “Así sí, así no, cuidado con esto, mira aquí, ve allí”.

El juego libre mejora la autoestima, es creativo, transmite valores, socializa, fomenta el autocontrol, fija los conocimientos, favorece la comunicación, da agilidad, destreza y enseña.

Los niños no necesitan grandes contenedores con juguetes, sino objetos que despierten su interés y sus ganas de pasarlo bien, porque el objetivo del niño no es el juguete, que sólo sorprende cuando se abre la caja, sino el juego.

 

Equipo ATIA, psicología y psiquiatría Barcelona