Frustración en la infancia
15/10/2025

Una emoción necesaria para crecer y aprender a esperar
Vivimos en un mundo donde la frustración no goza de buena reputación. Lo queremos todo fácil y al instante. ¿Lo quieres? Dos clics, y mañana ya lo tienes en casa. Ante cualquier malestar, tendemos a evitarlo —y muchas veces hacemos lo mismo con nuestros hijos. No queremos que sufran, y si son pequeños, aún menos.
Es comprensible: a corto plazo nos ahorramos llantos, enfados o momentos incómodos (no siempre tenemos energía ni tiempo para gestionarlos). Pero, desde la mirada del desarrollo psicológico, protegerlos constantemente de la frustración puede tener efectos negativos.
¿Por qué la frustración es necesaria?
Sentir una frustración moderada favorece el desarrollo emocional y cognitivo. Veámoslo con un ejemplo.
Cuando un bebé tiene hambre, llora para comunicar su necesidad y expresar el malestar que siente. En ese momento, también experimenta la ausencia de la madre y del pecho, lo que le lleva a empezar a construir internamente la imagen de lo que desea. Si, por el contrario, siempre se le satisface de manera inmediata, no tiene la oportunidad de imaginar, recordar ni esperar. Queda atrapado en la inmediatez, sin espacio para la representación ni para el pensamiento.
Por tanto, es a través de la frustración moderada que el bebé inicia su capacidad de representar, el primer paso para desarrollar la capacidad de pensar.
Y como adultos, ¿qué podemos hacer?
La clave no está en eliminar rápidamente la frustración, sino en acompañarla.
Podemos ponerle palabras que ayuden a dar sentido a lo que sienten: “Entiendo que estás enfadado porque lo quieres ahora”, “Sé que es difícil esperar, pero llegará dentro de un ratito”.
Estas pequeñas acciones transmiten que el adulto es una figura fiable, capaz de sostener el malestar, y que lo que se desea puede llegar más adelante. Con el tiempo, el niño o la niña aprenderá que puede confiar y esperar sin angustia.
Por supuesto, se trata de encontrar un equilibrio: una frustración moderada es constructiva; un exceso de frustración puede generar desconfianza y ansiedad.
En resumen
La frustración no es enemiga del bienestar infantil; al contrario, es una aliada del crecimiento. Permite iniciar procesos de pensamiento, aprender a esperar y disfrutar de la satisfacción no inmediata. Acompañarla con palabras y presencia es una manera de preparar a los niños y niñas para la vida, con más paciencia, autonomía y seguridad interna.
Si en casa os cuesta ayudar a vuestros hijos o hijas a contener la frustración, o notáis que les resulta muy difícil tolerar la espera, en el Centro Atia podemos acompañaros para entender qué está pasando y encontrar maneras de ayudarles.